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© Ernesto Peñaloza |
Las fotografías que Maya Goded hizo en el oscuro mundo de la prostitución en México no sólo marcaron su carrera fotográfica. Marcaron también los ojos con que se le ve: "Ya verán a dónde los lleva Maya cuando la entrevisten, pídanle que les enseñe el mundo de la noche", nos repitieron varios colegas cuando supieron de la conversación que tendríamos con ella. Aquellas fotos de mujeres semidesnudas, de mujeres con sus hijas, de mujeres con sus clientes, marcaron también la vida entera de esta mujer rubia de 39 años. Ahora, dice ella, suda frío cada noche cuando su hija sale a divertirse con sus amigos en esa noche que ella tan bien conoce. Y ese ahora empezó después de su trabajo con prostitutas, y ese trabajo le enseñó que allá afuera sí hay monstruos; "y grandes amigas", añadiría Goded rápidamente, grandes amigas que se paran en una esquina cada noche y entre las que incluso se encuentra su comadre. Maya Goded nació en México en 1970. Empezó a tomar fotos cuando tenía 15 años y a los 23 años editaba su primer libro, “Tierra Negra”, acerca de la comunidad negra de Oaxaca. Estudió fotografía en Coyoacán y en el International Photography Center de Nueva York. Fue asistente de Graciela Iturbide, la persona a la que todavía hoy le enseña sus trabajos antes de ser terminados y discute sobre sus fotografías. Ha recibido diferentes becas y premios, entre los que destaca el prestigioso premio "W. Eugene Smith Fund Award" en 2001, por su trabajo “Plaza de la Soledad”. Sus fotografías han sido expuestas en galerías y museos de todo el mundo, y en 2000 entró a la Agencia Magnum como "nominee".
Maya llega una hora después de lo acordado y la encontramos a la puerta de su casa en Coyoacán. Más que a la guía de la noche que nos auguraron, nos encontramos con una madre apurada por los compromisos con su hija. Vive en un barrio residencial, con grandes y lujosas casas. A pesar de las prisas, Maya nos invita a subir a su furgoneta Renault e ir a buscar algún bar donde charlar y tomar unos tragos. Un bar en Coyoacán, entre residencias, lejos de aquellas esquinas: "Perdón, pero es que hoy no me puedo emborrachar".
Acabamos sentados en una terraza rodeando una mesa con cuatro cervezas y cuatro tequilas, dispuestos a hacer que Maya nos cuente su vida y sus fotos. A pesar de estar acostumbrada a tratar con prostitutas, brujas y proxenetas, los tres hombres que tiene enfrente, dice ella, la ponen nerviosa: "Me siento como estudiada en un laboratorio". Bromeamos acerca de ello y pedimos un segundo tequila. La conversación fluye al ritmo de cada trago.
Te has dado a conocer por tu trabajo en el mundo de la prostitución. Cuéntanos: ¿Por qué te interesaron las vidas de estas mujeres?
Voy a contestarte desde el principio. La familia de mi madre es de Nueva York. Son italianos. Al desmantelar la casa donde vivían mis abuelos, yo, entre otras cosas, me ocupé de recoger todas las fotografías. Me encantaba verla a ella (mi madre) en esas imágenes, ver todas esas fotografías en las que aparecía maravillosa, con todos sus novios, y encontré unas fotos de unos viejitos con unas mujeres, yo las recuerdo así como vestidas de payasos, con una luz amarilla. Al no entender bien qué eran empecé a preguntar, pero nadie me sabía dar una respuesta exacta. Una de mis tías finalmente me dijo que mi abuelo solía manejar prostitutas. Después, yo me regresé a México. Ese tema nunca más se volvió a tocar entre la familia, pero yo me había obsesionado con esa historia. Vivimos en un país muy católico, con una herencia religiosa muy importante. Se cuestiona mucho el papel de la mujer: ¿qué es ser buena mujer o mala mujer? Yo no vengo de una educación católica, sino atea, pero tengo todo un bagaje cristiano por vivir en este lugar que, de alguna manera, te afecta. Yo no quería ser madre, me daba terror serlo. Imagino que era un temor heredado de mi familia. Mi abuela italiana de Nueva York tenía muchos hombres y mi abuela mexicana nunca hablaba de sexo. Cuando venía a visitarnos, la de Nueva York se escapaba en la noche y hacía su vida.
Y claro, te interesó más la vida de tu abuela de Nueva York.
Es que es ese ambiente, y ese tipo de mujeres, que siempre me dio curiosidad. ¿Cómo haces? ¿Cómo vives y cómo te enfrentas a esta ciudad, a esta sociedad? Todas estas preguntas me llegaron justo al mismo tiempo de quedarme embarazada, algo que no tenía pensado, y la verdad es que me daba terror. Comencé a frecuentar esos lugares por donde estaban las prostitutas. Mi primera curiosidad era conocer a los padrotes (proxenetas), esa figura que relacionaba con mi abuelo y con el que nunca tuve mucha relación, y eso me atraía. Mi abuelo no fue una gran persona, de hecho, se desentendía de la familia, no les pagó los estudios a sus hijas, no fue un buen padre. Él vivía en una casa al lado de la casa de mi abuela. Recuerdo que de chiquita me enseñaba a bailar tap, siempre era misterioso y tenía una vida que me llamaba la atención. Entonces, yo llegué al barrio de la Merced, a conocer esos padrotes. Por esa época no tenía mucha idea de qué era un padrote. Tenía una idea confusa acerca de ellos, y claro, después de un tiempo te das cuenta de que en realidad no son como te imaginabas, ya los empiezas a conocer. Y por las prostitutas, mi curiosidad vino por conocer a prostitutas mayores, aquellas que viven su sexualidad de forma muy abierta, que eran madres. No me interesaba la prostituta jovencita de la calle, buscaba la experiencia para hablar de ciertas cosas como la sexualidad y el hecho de ser madre, nunca me planteé hacer un documental sino buscar respuestas a algunas preguntas.
Pero tiene que haber algo concreto detrás de esa personalidad que te atrapa, que hace que te quedes y te metas con las jóvenes, las viejas, y las priorices a los padrotes. Algo te marcó.
Sí, es esa sexualidad, esa manera de enfrentarla en una sociedad tan conservadora. Por ser prostituta, la sociedad ya te margina, el cuestionamiento de ese papel de la mujer es una de las vertientes que me interesa. Me sucedió lo mismo con las mujeres de Ciudad Juárez y con las brujas de San Luis Potosí, el último trabajo que estoy haciendo. Pensaba en cómo se parecen todas estas mujeres entre sí. En el caso de las brujas, viven a las orillas de la ciudad, todos tienen contacto con ellas, pero a la vez se les margina, a pesar de que tienen un gran poder. Todas ellas son mujeres que viven en situaciones límite, que viven en una realidad que tiene mucho que ver con la sexualidad, con la violencia, con la marginalidad, con el cuerpo. Yo vengo de una familia en la que ha habido mucha violencia -aunque yo no la viví-, entonces la violencia es otra de las cosas que despierta mi interés. Las prostitutas concentran todos esos aspectos que he comentado y, en definitiva, son un cúmulo de obsesiones que enlazo con mi vida particular, que uno necesita entender, que son muy personales. Y, al final, siempre acabas fotografiando tus propias obsesiones.
Hablaste de cómo se formó en tu imaginario ese mundo que te abrió tu abuelo, y de cómo te fascinó: ¿qué te encontraste cuando fuiste a encarar esa obsesión?
Han sido muchos años de ir y venir en ese lugar, y mis ideas han ido cambiando, yo también fui cambiando y lo hice con ellas, con las prostitutas. Esa zona siempre me gustó, desde que estaba en el bachillerato, y siempre que terminaba con algún novio me iba allí. Me gustaba ver a las mujeres, siempre me han llamado la atención las mujeres que son fuertes. Me sentaba en un banco y simplemente las observaba. Después, cuando ya fui a trabajar, a algunas las reconocía. Me gusta mucho vagar por esa zona, por el centro, es un lugar muy vivo.
¿Cuál ha sido tu camino para vivir de la fotografía? ¿Cómo empezaste profesionalmente?
Cuando empecé a tomar fotos, una de las posibilidades que tenía era trabajar en un periódico, pero no me interesaba. Igual me hubiera venido bien, pero me pasa una cosa, y es que soy muy lenta para pensar una imagen. Los fotoperiodistas adquieren rapidez a la hora de componer. Yo, cuando veo las cosas, ya se me fueron.
En esa época veía muchos trabajos de grandes fotógrafos. Me gustó especialmente el trabajo de Graciela Iturbide, me inspiró, conseguí el teléfono de Graciela a través de un amigo de mi novio y la llamé, le dije que le quería enseñar mi portafolio y, a pesar de que ella estaba pasando por un mal momento a causa de su separación, me dijo que la fuera a visitar. Le llevé unas fotos que había tomado en la sierra Tarahumara, en Chihuahua. Yo tenía 18 años y estaba haciendo muchas cosas a la vez. Ella me dijo que si me quería dedicar a la fotografía y hacer las cosas bien no podía hacer nada más, que era muy duro y tomaba mucho tiempo. Ella es una persona muy generosa y desde que la conocí me abrió las puertas de su casa y nos hicimos muy amigas. Todavía hoy es así. De hecho, es la única persona a la que le enseño y hablo en profundidad de mis fotos. Graciela me hizo entender la literatura, el cine y la música como una parte más de mi formación. Ella me ayudó mucho al comienzo, la admiraba, pero hubo un momento en el que tuve que empezar a separarme, sentía que su trabajo me estaba influenciando demasiado, entonces vi esa necesidad de distanciarme. En aquel entonces, a ella no le gustaban mis fotos de prostitutas, cuando yo estaba realmente convencida de lo que estaba haciendo. La decisión vino porque yo quería encontrar mi propio lenguaje.
¿Qué otros fotógrafos te influenciaron?
Una referencia para mí fue Anders Petersen. Me fascinan sus retratos y cómo se relaciona con sus personajes. Es más duro que Graciela, y a mí me gusta esa dureza a la hora de enfrentarse a las imágenes. Otro de los fotógrafos que me impactó cuando empecé a tomar fotos fue Rio Branco, fue mi referencia para el color. Y también Saul Laiter y Gillian Wearing.
¿Dónde podemos ubicar tu trabajo, en el campo de la fotografía o del periodismo?
Nunca he sido periodista, nunca he trabajado en un periódico.
¿Y al trabajar tus historias no empleas la metodología del periodismo, a la hora de documentarte, investigar y componerlas?
Yo estudié sociología, aunque nunca terminé la carrera, y me baso en la sociología para trabajar en mis proyectos. La sociología, la filosofía, la antropología son campos que tienen mucho que ver con la metodología que empleas a la hora de fotografiar. Tienes que aprender a observar, a ser crítico con tu entorno, a conocerte a ti mismo, todo esto va mucho más allá de la técnica. Al final, aprendes viviendo.
Has estado hablando de brujas, de chulos, de prostitutas, de todo este tipo de ambientes y vidas al límite. Imagino que para una mujer rubia, con ojos verdes, con una visible cámara y en México puede representar un problema moverse por esos lugares.
Cuando empecé a hacer fotos conocí a una fotógrafa de piel clara y también rubia, norteamericana, que me dijo: “En lugar de pasarlo mal, intenta aprovecharlo a tu favor”, y la verdad es que me ha ido bien y mal. En Chiapas estuve trabajando con un periodista norteamericano y nos secuestraron por un breve tiempo. Los secuestradores se pensaban que yo tenía dólares y eso fue un problema. Pero al mismo tiempo, mi condición de mujer también me puede proteger. En el barrio de la Merced no se metían tanto conmigo. Las prostitutas me tenían más confianza, me fue más fácil hacerme amiga de ellas y me protegieron en ese ambiente, a pesar de que alguna vez me intentaron robar, pero nunca me robaron, y estuve muchos años trabajando allí.
Supongo que no llegaste con la cámara desenfundada. ¿Cómo fue ese primer paso para acercarte a ese mundo?
El primer paso fue muy lindo. Para mí es el momento que más me gusta y disfruto de la fotografía documental, cuando te vas a sumergir en vidas y en lugares que no conoces, el vagar y pasear por todo ese ambiente que no conoces, sentirte perdido en un mundo ajeno, hablar con cualquier persona, eligiendo la calle que más te gusta... esa es la parte más bonita. Después, cuando ya conoces ese mundo, cambia toda la percepción. Me la pasaba buscando a los personajes y me encontraba de todo: el prototipo de mujer mexicana con muchas caderas, las viejitas, las más locas. Eso me divertía, las escogía y me las llevaba a un cuarto y les pagaba como si fuera cliente, 15 o 30 minutos. Sentía la emoción de no saber qué era lo que iba a pasar en el cuarto, las dos encerradas y solas, les decía simplemente que posaran como ellas quisieran, para que después se vieran bonitas. A veces era bonito, solo charlábamos, otras veces era más erótico y les tomaba fotos. Habían algunas que no se dejaban, que incluso se ponían violentas, pero un día encontré a una mujer que fue clave en esta serie, que ya estando yo embarazada me dijo que no fuera, que esperara a que tuviera el hijo y que después la buscara. Y así fue, después de tener el bebé fui y la busqué. Estuvimos tomando una cerveza y ahí ya me empezó a abrir su mundo, me permitió ir a su casa. A esta mujer, sus hijos le dijeron que dejara la prostitución y que se dedicara a cuidar de sus nietos. Ella, al dejarlo, se aburría muchísimo, no sabía qué hacer. Fue un momento en el que yo me identifiqué mucho con ella, porque le pasaba lo mismo que a mí. A las dos nos gustaba estar en la calle. En ese momento, la relación conmigo era el pretexto para que la dejaran salir de la casa. Nos íbamos a pasear o a tomar una cerveza. Y en esas charlas fue cuando la empecé a conocer a ella, a sus amigas, que me contaban su vida. Tuvimos una relación muy fuerte.
¿Tuvimos? ¿En pasado?
Un día tuve que cortar esa relación. La mayoría de las mujeres de la Merced no tienen relaciones fuertes con otras mujeres. Yo sentía que ella estaba depositando en mí mucha carga, como si yo fuera su pareja. A mí me interesaba una amistad, pero no una relación más fuerte con ella. La ruptura fue muy dolorosa.
Hablaste de tu mecanismo de acercamiento, de pagarles como cliente durante 15 o 30 minutos, y algunas de esas fotografías las has publicado. ¿Te parece que vale la pena retratar a una persona con la que sólo has tenido contacto durante unos minutos y de la que no conoces nada de su historia de vida?
Claro que sí. Además, eran encuentros en los que podía pasar cualquier cosa. Por ejemplo, a Carmen, una de mis personajes, la conocí en una esquina y le ofrecí tomarle una foto. Entramos en el cuarto esos 15 minutos y nos caímos muy bien. Ya saliendo le pregunté si no le importaría que le hiciera alguna fotografía con algún cliente, con alguien que le gustara, y me dijo que sí, que esa tarde había conocido a uno en el barrio de Tepito. Pues a veces sucede así, que a partir de ese encuentro de 15 minutos pueden salir muchas cosas más. Carmen ha venido a mi casa a bailar, la conocen mis hijos, terminé siendo la madrina de su boda con ese cliente de Tepito, y pude seguir toda una historia maravillosa de ella a partir de esos 15 minutos.
Has dicho que te apartaste de Graciela Iturbide para no acabar pareciéndote demasiado a ella. ¿Qué te diferencia de su forma de fotografiar?
Siento que soy más documentalista que Graciela. Ella es una poeta de la fotografía. Sus imágenes son poesías de la vida. Yo, sin embargo, soy más directa, más dura, más concreta, busco las historias. Lo que no soy es fotoperiodista, no trabajo como ellos, yo apuesto por las series largas. Creo que me alejo del periodismo por cómo hago las cosas. Tal vez un periodista con el que comparto metodología es (Ryszard) Kapuscinsky.
Él se definía como un historiador, que recogía las historias con tiempo, para contar la historia mientras ocurre y no cuando ya ocurrió.
Es un personaje difícil de clasificar. Por mucho tiempo, a sus libros no los encontrabas ni por periodismo, historia, ensayo o novela. Siempre estuvo de un lado para otro. A mí me encanta la metodología de Kapuscinsky. Él creía en el periodismo subjetivo. Yo no digo la verdad, ni me interesa decir la verdad, no soy de fotografía directa, yo creo en la subjetividad de la fotografía absolutamente. Por estar en cada uno de los lugares yo ya estoy modificando las cosas, por mi educación, por lo que pienso de la mujer, del hombre, del padrote, todo eso se va a notar en mis fotografías, y esa subjetividad es lo que a mí me interesa de la fotografía. No creo en el documentalismo directo, en el que se supone que el fotógrafo no está y dice la verdad, la única verdad. ¡Ahí no te ves! Y, de alguna forma, siempre te ves en las fotografías.
Hablaste en un momento de ir descubriendo, de rehuir de conceptos, pero también de verte influenciada por los métodos de la historia, de la sociología. Algo te dejaron entonces estas disciplinas.
El método que aprendes en sociología creo que sí te puede ayudar. Primero se trata de entender tu propio mundo, tu círculo más cercano, tu familia, tus amigos y el país donde vives. Y ser crítico, pensar y tratar de entender al prójimo. Es un ejercicio muy sencillo pero, a la vez, muy complicado. Siento que eso es la fotografía documental y es algo que vas construyendo todos los días, leyendo, yendo a terapia, entendiéndote a ti mismo, porque de ahí sale mucho material.
Entonces, ¿tienes un método que puede ser descrito, unos pasos fijos que sigues cada vez que abordas un tema?
Yo creo que no hay reglas, que cada trabajo es diferente, y en cada uno de ellos te la tienes que ingeniar para sacar buenos resultados. No es lo mismo trabajar en la frontera sur que en Ciudad Juárez, depende mucho del lugar y te vas adaptando a cada nueva situación. No es lo mismo cuando trabajo para una revista o si es un proyecto personal, en este caso mi preparación consiste en leer mucho acerca del tema que me interesa contar, me gusta mucho leer sobre lo que voy a fotografiar, leo sociología, sicología, todo aquello que me pueda enriquecer. Apunto constantemente ideas en una libreta, cosas que veo, que pienso, gestos de la gente que me dan ideas para crear imágenes, todo esto lo voy anotando en mi libretita de notas. Después, cuando ya te sumerges en ese mundo en el que vas a trabajar, todo eso que leíste y que escribiste ya no sirve. Sucede lo mismo cuando escribes un proyecto, o una beca, que esas diez páginas en las que plasmas ese proyecto imaginario después ya no cuentan, lo que cuenta es lo que empieza a suceder a partir del primer día en el que te metes de lleno en la historia. Hay que estar dispuesto a que todo aquello que planificaste cambie. Es normal que todos tengamos una idea preconcebida de ciertas personas o situaciones, pero lo bueno de la fotografía documental y de sumergirte en historias es que después vas a salir con otra idea de lo que es el padrote o de cómo es una prostituta. Yo tengo una particular forma de trabajar, no me gusta pedir consejo o opinión a nadie cuando empiezo un trabajo, siento que eso me desvía muchísimo, y por eso trabajo muy sola. Es la forma que tengo de encontrar aquello que estoy buscando y de contar las cosas como a mí me parecen, sin mediación de nadie, eso es lo que realmente le va a dar personalidad a mi trabajo.
Hablas de sumergirte en las historias y dejarte llevar por ellas sin reglas ni pautas. Hablemos de otro tipo de reglas, las éticas. ¿Hasta qué punto te parece válido pagar a una prostituta para que pose? ¿No te parece que estás interfiriendo en la realidad?
Para mí sí que era válido, y lo que sucede es que son mujeres que tienen que dar una cuota, y que si no pagan esos 800 pesos al día las maltratan. No me parecía bien robarle tiempo a estas mujeres y no pagarles, aunque sólo fuera media hora. La cuestión de la ética ya me parece mucho más compleja. Con la ética te enfrentas cada día y no sólo como fotógrafo: vivir, educar a tus hijos, tu pareja... Como profesional hay muchas fotos que no tomé porque no supe cómo manejar la situación. Yo trato de hacer una fotografía directa, cuando estoy trabajando con gente ya saben lo que estoy haciendo o lo que vengo a buscar, trato de ser clara en eso, es mi forma de hacer las cosas.
Hay un periodista, John Lee Anderson, que dice que el periodismo no se puede enseñar, se puede aprender. ¿Tú crees que la fotografía se puede enseñar?
La técnica se puede enseñar, y es una parte importante. Pero lo demás no se puede enseñar, forma parte de la vida, de lo que aprende cada uno viviendo, según cómo es cada uno. Vuelvo a lo que hablábamos antes del método: cada uno aprende a abordar una historia de forma diferente, a su manera. A mí, por ejemplo, me cuesta mucho trabajar en la calle, prefiero los interiores, tomar fotografías en las habitaciones de mis personajes, en sus casas. Yo utilizo una Rollei, una cámara grande y lenta, con el visor superior, pero no me importa la rapidez. A mí lo que me gusta es poder estar mirando a los ojos cuando estoy fotografiando, y prefiero esos retratos de interior. Hay fotógrafos, como Cristina García Rodero, a los que lo que les gusta es la calle, pero yo prefiero fotografiar a una, dos o tres personas. En la calle, con tanta gente, me siento incómoda y me da un poco de vergüenza que me vean tomar fotos.
Y las fobias de cada quien, dices, deben modificar la forma de hacer.
Es que todas estas cosas, con el tiempo, las vas viendo. Y te das cuenta de cómo puedes trabajar mejor, y averiguas cuáles son tus obsesiones. A mí me dio por el sexo, la mujer, el cuerpo o la belleza, pero cada uno tiene que entenderse a sí mismo y averiguar qué es lo que le interesa. En el documental siempre tiene que haber algo que te liga, algo que realmente te interesa, debe tener algún tipo de relación con tu vida, y esos son los trabajos en los que realmente te involucras.
Ese trabajo de las prostitutas lo expusiste en el Museo de Bellas Artes, justo al lado del barrio donde trabajan las mujeres. Supongo que la elección fue complicada.
Pues, las noches antes de la exposición no podía dormir. Yo estaba eligiendo aquellas imágenes que para mí eran importantes para reflejar mi visión, pero me preocupaba mucho cómo se iban a sentir las mujeres cuando se vieran en las fotografías. Yo nunca les dije que su imagen iba a estar ampliada a un metro en un museo, tampoco en ese momento lo sabía. A veces les llevaba copias de fotos que les había hecho vestidas con sus alhajas y sucedía que el padrote me las devolvía, diciéndome que salían feas.
¿Y cómo fue la reacción de ellas cuando fueron a Bellas Artes?
La reacción fue increíble, yo me había imaginado que los padrotes les iban a decir que me sacaran dinero, porque en la Merced todo lo mueve el dinero. También temía herirlas con las imágenes y pensaba en cómo se podían sentir en un ambiente así, pero todo salió muy bien. Invité a mucha gente. De repente, veías a un padrote hablando con una de estas súper feministas. Lo que me dijeron las prostitutas es que mi visión era muy bonita, cuando la realidad era mucho más dura. Otras personas me decían que por qué retrataba esos lugares tan feos; o mis hijos, que han crecido viendo la prostitución como algo normal, como un trabajo más, me preguntaban que por qué fotografiaba prostitutas, que iban a perder a sus amigos, que por qué no tomaba fotos de animales. Yo había invitado a las familias de los amigos de mis hijos. Uno de los padres se indignó y se marchó. Ahí me di cuenta de qué tanto están marginadas las prostitutas por ciertas personas. Después de la inauguración y con los que quedábamos nos fuimos de copas al Dos Naciones [cantina de ficheras que cobran por baile en el centro de la capital]. Armamos una fiesta, y mis amigas se comportaron de manera más loca que las chicas de la Merced.
¿En qué proyecto estás trabajando actualmente?
Ahora estoy haciendo un documental sobre las telenovelas. Me entró como una crisis con la fotografía, me agoté de la violencia. Los temas que estaba tratando me empezaron a afectar, por mi hija, que ya es adolescente y está empezando a salir por la noche.
Hay un costo en todo esto de meterse donde te has metido como fotógrafa. Nos estás hablando de un precio que se paga en la vida cotidiana.
Pues sí, esta ciudad es muy violenta, y llegó un punto en el que por todo lo que yo he vivido y he conocido estaba afectando la relación con mi hija. Empecé a tener paranoias de que le fuera a pasar algo, y tanto su padre como yo somos bastante duros. Pero no tuve otro remedio que ceder y dejar que haga su vida.