Encuentro en Manhattan con el autor de The Americans, una
mirada cínica de la sociedad estadounidense. A los 83 años, habla de sus
comienzos y de la beat generation, mientras prepara una muestra que se verá en
el Museo Fernández Blanco. Daniel Merle, 2007.
“Es bastante sorprendente ver a un tipo que mientras maneja
el automóvil, de repente levanta su pequeña cámara alemana de trescientos
dólares con una mano, y dispara a través del parabrisas sucio hacia algo que
está frente a él. Y, más tarde, cuando la película ya está revelada, comprobar
que esas estrías de suciedad no afectan la luz, ni la composición, ni detalle
alguno de la imagen. Más bien parecen realzarla.”
Jack Kerouac, 1958.
Miércoles 25.
Son las tres de la tarde y llego caminando por Bleecker
Street desde el oeste. Estoy frente a la puerta verde, cuya única inscripción
es el número 7. A mi izquierda, garabateado con marcador sobre el portero
eléctrico, dice: “Correo: toque el timbre y pase la correspondencia por debajo
de la puerta, o golpee fuerte en el medio de la puerta”. Lo hago tres veces.
Nadie contesta. De repente, se abre la cortina metálica del sótano a mi
izquierda y reconozco la cara de June (artista plástica y esposa de Robert
Frank desde 1975) que me invita a pasar. Bajo dos escalones y puedo ver que
Frank está acostado en una cama junto a la ventana que da a la calle. Hace
calor. Frank trata de incorporarse, pero apenas lo logra. Entro al cuarto y lo
veo por primera vez de cuerpo entero: se ha sentado en la cama y tiene frente a
sí una vieja máquina de escribir sobre una mesita. La cama está llena de
libros, revistas, una cartera de mujer, las sábanas revueltas. Está vestido con
camisa y pantalón, el cinturón desabrochado. Su desaliño coincide con el resto
del ambiente. Nunca le han interesado la pulcritud personal ni el orden o la
limpieza de los lugares en los que vive.
No puedo observar mucho más por la cantidad inmensa de
objetos que me rodean. Me concentro en su cara cansada, agobiada por el calor
de la tarde. Lo veo triste, un poco desorientado. Tiene 83 años. Estoy frente a
la última leyenda viviente de la fotografía.
Durante las dos horas que conversamos, Frank permanece
alternativamente acostado o sentado en la cama. Solo cuando se entusiasma con
la charla se levanta y se sienta en una vieja butaca. Me invita a que me ubique
frente a él mientras sigue mirando hacia Bleecker Street. Los ecos de una
discusión llegan hasta nosotros. Dos personas se gritan por unas verduras. Uno
contesta (o insulta) en chino. Frank sonríe. Le gusta escuchar las voces que
vienen de la calle.
-¿Cómo se siente hoy?
-Cansado, muy cansado. Han pasado muchas cosas en las
últimas semanas. Estuve en España, y en Suiza, donde se está terminando una
nueva edición de The Americans . Es la misma versión que aquella primera. No le
he cambiado nada. Es el mismo libro de hace casi 50 años.
-Usted ha dado muy pocas entrevistas. Me pregunto por qué.
-Bueno, pero se ha escrito mucho sobre mí.
-Además de la exposición sobre su trabajo, que se inaugurará
próximamente en el Museo Fernández Blanco, una de las razones por las que estoy
aquí es que usted es, en Buenos Aires como casi en todo el mundo, una leyenda…
-No entiendo mucho eso de la leyenda; yo creo que es un
malentendido. Hay muchos otros fotógrafos en el medio, (Josef) Koudelka por
ejemplo, y otros más. Bueno, quizá no tantos. En América Latina hay muy buenos
fotógrafos. Tal vez, lo que llama la atención del público es que siempre he
sido independiente. No me dediqué al fotoperiodismo. Entonces, algunos me
consideran de alguna manera más “puro”. Aprendí además, cuando era muy joven, a
proteger mis fotos. Desde que hice mis primeros trabajos para Harper’s Bazaar
en los años 40, para Alexey Brodovitch, me di cuenta de que si alguien que no
fuera yo escribía los epígrafes de mis fotos, el verdadero significado de la
imagen podía ser manipulado. Tenía esta idea básica de lo que era mi
independencia.
-¿Siente que todavía es una persona afortunada?
-Bueno, me han sucedido cosas terribles durante mi vida… [N.
de la R.: su hija Andrea murió en un accidente aéreo en Guatemala en 1974; su
hijo Pablo, que padeció problemas psicológicos toda su vida, murió en 1994.]
Ahora soy un hombre viejo. Tuve una buena vida. Me siento feliz de hacer algún
trabajo todavía. Poner orden en la obra que hice a lo largo de mi carrera.
Además, tengo a mi esposa June. Ella es muy talentosa y ha sido una inspiración
en mi vida. Ella es una mujer firme, absolutamente honesta. Eso me impresiona.
-Una vez usted dijo que su mujer, June, era más libre en su
arte (la pintura y la escultura) que usted en la fotografía, porque ella tenía
una hoja en blanco frente a sí, mientras que su mirada estaba mediatizada por
la cámara .
-Todavía pienso lo mismo. La técnica fotográfica es una
limitación. Pero eso me ha impulsado a experimentar con otra clase de cámaras.
Las limitaciones son un medio para descubrir otras cosas, pero al final son
siempre las mismas limitaciones.
-El descubrimiento de la Leica, cine, video, polaroids,
collage…
-Sí, a veces uno “se mete en el bosque”. Pero es la
curiosidad la que me impulsa. Eso me hace tomar riesgos. No es posible ser un
fotógrafo si no se toman riesgos.
-¿Cuáles son las condiciones necesarias para llegar a ser un
fotógrafo?
-Hay que tener capacidad de persistir. Lograr una cierta
cantidad de trabajo que vaya en una determinada dirección. En ese camino, la
dirección puede ser intuitiva o fruto de un concepto. Las cosas llegan por
intuición o por concepción.
-¿Y cuál fue el camino que eligió usted?
-¡Yo elegí el camino correcto! [risas] Tuve la oportunidad
de hacer un libro muy temprano en mi carrera y eso definió mi dirección.
Intenté publicar The Americans en los Estados Unidos, pero sólo encontré editor
en París. He vivido en este lugar casi toda mi vida (la calle Bleecker, en el
Lower East Side neoyorquino), pero ahora nos mudamos a un departamento más
moderno, con ascensores, más confortable, a cinco minutos de aquí. Vengo todos
los días a este estudio a leer, a trabajar. Pero volviendo al tema de los
caminos, me parece que hoy video y fotografía se complementan. El campo para
hacer dinero se amplía notablemente.
-¿Y para hacer arte?
-Nunca creí en hacer arte como fotógrafo. Me parece un gran
error decir ARTE en letras mayúsculas. Yo creo que hice buena fotografía de
acuerdo con mi propia visión. Tal vez sea muy difícil llegar a tener una visión
clara como fotógrafo. Hoy la gente es más inventiva. Hay más fotógrafos
persistiendo en diferentes formas. Paisajes, retratos, ciudades. No me gustaría
empezar otra vez. No creo que pueda fotografiar la ciudad como lo hice en los
años 50. Ahora fotografío con esa cámara. [Señala una Lomo, una cámara de
plástico de muy bajo costo, sobre la mesa de luz.] Es una clase de
entretenimiento para mí. Tengo que hacer algo para pasar el tiempo. Viajo mucho
y siempre llevo esta pequeña cámara de plástico. Voy a una casa de fotografía
cerca de aquí y encargo copias de contacto. A veces marco una o dos y las copio
más grandes.
-Walker Evans fue catalogado como un documentalista, aunque
él decía que no lo era, que era un artista.
-Sí, creo que él era un artista, porque quería ser un
artista. Fue educado para ser un artista. Era muy claro en ese sentido. Pero
ese nunca fue mi propósito. Gracias a su influencia conseguí la beca
Guggenheim, y el hecho de que se publicara mi libro me ayudó mucho a tener un
nombre como fotógrafo. Pero seguimos caminos diferentes. Hay una cita de Yeats
que dice: ” The horseman passes by and cast the cold eye ” (“El jinete pasa y
lanza una fría mirada”). Yo no creo haber tenido un ojo frío. Walker Evans lo
tenía. Un ojo calculador. …l miraba un auto en la calle. Pensaba que la luz
sería mejor una hora más tarde, el momento adecuado, el encuadre. Un sentido de
la precisión. Yo nunca fui de esa manera, aunque sabía cómo hacerlo, porque por
un tiempo fui su asistente.
-Antoine de Saint-Exupéry en El Principito dice que las
palabras son la fuente de todos los malentendidos. En la muestra que se va a
inaugurar en Buenos Aires, se podrá ver esa imagen en que aparecen dos o tres
fotos de Los Americanos que cuelgan de una cuerda, prendidas con broches para
la ropa, mientras que en el extremo derecho se lee “Words” (palabras) sobre un
fondo negro…
-Usé las palabras como una manera de destruir las fotos.
Creo que hay algo más importante que las fotos. Y lo escribo directamente sobre
los negativos. Pero se trataba apenas del fotograma de una película; no creo
que fuera una gran foto.
-¿El público encuentra en sus fotografías significados que a
usted no lo representan?
-¿Cuál es el público? Yo pienso que los críticos llegaron
temprano a mi carrera. Ellos han desarrollado un tipo de admiración sobre mi
trabajo, sobre mi personalidad. Mucha gente que escribe sobre mí nunca ha visto
mis fotos. Me gustaba Johnny Cash cantando ” I am a pillgrim and a stranger” .
Ya no soy un marginal, pero no quiero tener nada que ver con el establishment .
No tengo muchos amigos. Todos los amigos de la beat generation ya se han ido. Y
cuando uno se vuelve viejo se da cuenta de una cosa: más que ser marginal, en
realidad uno está solo. La gente no tiene tiempo. Incluso yo no tengo tiempo.
No tengo paciencia para escuchar a otra gente. No conozco gente joven.
Encuentro que vivir en esta hermosa ciudad es suficiente para mí. Tengo la
energía necesaria para vivir aquí, con la ayuda de June. Todo cambia cuando uno
se vuelve viejo. El paisaje cambia. Y uno se da cuenta cuando el deterioro
físico comienza. …sa es la señal. Ya no enseño, por ejemplo. Lo hice en
diferentes lugares durante algún tiempo. No lo hago desde hace más de diez
años. Ya no tengo la energía física, la paciencia. Creo que todo lo que podía
enseñar era cuánto esfuerzo requiere llegar a cierto reconocimiento en el mundo
de la fotografía, a tener un nombre.
-¿Cuáles son las principales cualidades que debe tener un
buen fotógrafo?
-Una buena lección me la dio Allen Ginsberg hace poco más de
diez años… Él estaba enseñando poesía, creo. Se sentó y miró hacia la mesa [señala
la mesita donde está su máquina de escribir], y describió lo que veía: las
patas, el tipo de madera, los papeles sobre la mesa, el frasco de las
medicinas, la máquina de escribir. Lo que uno veía era exactamente lo que él
estaba diciendo. No había poesía en la mesa, pero la sola descripción podía
convertirse en poesía. Ginsberg tenía un sentido del ritmo y una increíble
cantidad de palabras para combinar en su mente. Tenía una manera de ver
profética. Otra cualidad suya fue el coraje… Era un marginal, un homosexual,
estaba en contra del sistema, era judío. Sí, tenía un tremendo valor, que
también venía de su madre, que era loca. Peter Orlovsky, que fue amante de
Ginsberg, también era una persona absolutamente libre. La última cualidad [para
ser un buen fotógrafo] es la curiosidad. Correr el riesgo. No hay reglas en
esto.
Robert Frank me pregunta acerca de la pequeña cámara digital
que llevo en el bolsillo. Se la muestro y la examina cuidadosamente. Está muy
interesado. Hace un par de tomas. Se da cuenta de que la pantalla de la cámara
muestra la imagen demasiado clara. La quiere ver más oscura. Pregunta cuánto
cuesta. Pregunta si hago copias en papel de las fotos que tomo. ” Very nice
camera, wonderful! “, dice. Busca los anteojos para observarla más
detenidamente. Le pregunto si le puedo hacer algunas fotos, y accede, sin
distraerse de la meticulosa observación que sigue haciendo de mi cámara
digital. Me pregunta si el foco es automático, quiere saber acerca de todos los
controles. Le pregunto si le gustaría comprar una. “No, no. Conozco muchos
fotógrafos que usan estas pequeñas cámaras digitales… ¿Tiene más preguntas? A
veces me canso de ser el objeto de tantas preguntas.”
-¿Qué fotógrafos han influido en su obra?
-Un fotógrafo suizo; su nombre era Tukenov. Bill Brandt,
Walker Evans. Bill Brandt influyó más, era una personalidad más sombría que
Walker. La fotografía que yo hacía no se practica más. Las cosas han tomado
otra dirección, especialmente en Alemania. A veces me canso bastante en el
intento de recordar los nombres… He visto buenos libros últimamente… Olvido los
nombres.
June interviene en la charla. Dice: “No me gusta ser una
mujer policía, pero en los últimos seis meses he tenido que serlo porque Robert
se ha enfermado”. Frank cuenta que June lo protege y mucho. Y June vuelve a
hablar para decir: “Yo soy muy protectora de Robert, pero también de mí misma…
Él tiene 83 años; yo voy a cumplir 78. Tenemos límites. Venga mañana para hacer
las fotos”.
Jueves 26.
Llego a la cita programada con June: a las 10 en punto, 15
minutos sólo para hacer las fotos. La encuentro en la calle. Está hablando con
un señor que tiene puesto un delantal blanco. Es el dueño de un local lindante
con el edificio de Frank. Están discutiendo sobre unos equipos de aire
acondicionado que han instalado y que dan al patio trasero de los Frank. Hacen
mucho ruido y Robert no puede dormir a la hora de la siesta.
Entro al estudio de June, en el primer piso del edificio.
Dos pinturas enormes sobre la pared de la izquierda representan la única zona
relativamente despejada en el lugar. Ahí se acumulan objetos, obras inacabadas,
un yunque, un trozo de leña y un hacha, metales, un equipo de soldadura.
Decenas de pequeños dibujos, fotos, recuerdos, libros, una escultura en metal
(tamaño natural) de un hombre sentado que tiene un fuelle de cuero en el vientre;
si uno aprieta fuerte el fuelle, sale aire de la boca del hombre metálico. June
se ríe, satisfecha con su obra. Mientras recorta de un papel un dibujo a lápiz
de unos niños haciendo una ronda y lo pega en una página del libro que me
regala, June dice: “Es bueno mostrar cómo las grandes cosas vienen de aquellas
que son pequeñas. Robert me necesita mucho últimamente, así que es un poco
difícil abocarme todo el tiempo a mi trabajo ahora”.
Me conduce por un pasillo y subimos una escalera. En un
rincón puedo ver decenas de latas de película de 35 mm (quizá copias de la
producción fílmica de Frank). Llegamos a una puerta negra. June me invita a
pasar, el aire está fresco. Es un rectángulo un poco angosto, con una ventana
sobre la izquierda. Frank está sentado frente a un tablero, tratando de
escribir sobre unas hojas que todavía están vacías. Comienzo a tomar fotos, en
silencio. Ambos se quedan en el cuarto. Ella se sienta en la cama… Él trata de
garabatear algo en un papel. No saben qué hacer. A Frank le resulta muy molesto
ser fotografiado. Se siente incómodo, no quiere mirar a la cámara. Después de
unos minutos, June se retira.
Picture time! El tiempo para hacer las fotos no tiene que
durar mucho, dice Frank. “Después de todo, sólo necesita una o dos, ¿no?”.
-¿Puede mostrarme algunas cosas que ama de las que hay en
este cuarto?
-Esta es mi hija Andrea. [Es lo primero que señala, una foto
enmarcada, colgada en la pared frente a su tablero]. Esta es una muy buena
pintura que hizo June de mi hijo Pablo y yo [una pequeña pintura en la pared
opuesta a su escritorio]. Y este se supone que es Benito Mussolini [se acerca a
una inmensa placa de corcho y señala una tarjeta postal]. La encontré en alguna
parte, no recuerdo dónde. Cuando hice la milicia en Suiza, fui asignado a un
batallón de montaña. Fue una buena manera de estar entrenado, una buena
educación también. Nunca más fui a la montaña, pero llegué a ser un buen
esquiador. Mussolini era casi una broma. Pero Hitler era algo serio. Déjeme
mostrarle el otro cuarto…
Pasamos a una habitación más amplia, con dos ventanas que
dan a la calle. Sobre una mesada y en las estanterías hay una cantidad de
recuerdos. Su vieja cámara VHS. “Ya no vivo aquí, uno se cansa de estar rodeado
todo el tiempo por tantos recuerdos.” Frank busca su Polaroid SX-70 y me dice
que quiere tomarme una fotografía. Intenta cargarla con diferentes magazines ,
pero están todos vencidos. “Me gusta esta cámara”. Le ofrezco mi cámara
digital, pero la rechaza. Dice que las baterías que vienen incorporadas en el
magazine de la película de su Polaroid están agotadas. Persiste. Finalmente
puede cargar uno. Me pide que me quede parado frente a él a dos metros de
distancia. Hace dos, tres fotos y las va arrojando al piso. Salen mal,
sobrexpuestas. Se desanima.
-¿Encontró alguna similitud entre Polaroid y la fotografía
digital? ¿Tienen la misma inmediatez?
-Nunca he probado una cámara digital, no podría decirle.
-En 1948 inició un viaje por Perú y Bolivia porque quería
alejarse del mundo de la fotografía comercial en los medios de Nueva York ¿Cómo
fue ese viaje?
-Me gustó mucho Lima. Yo viajaba con la gente del pueblo, en
los camiones [lo dice en castellano], por caminos de ripio. Muchas mujeres
usaban esos sombreros. Me llamaban mucho la atención. Espero haber visto algo
más que esos sombreros, las montañas, el paisaje. Estuve la mayor parte del
tiempo solo, durante unos seis meses. Recuerdo que estaba viajando en tren y un
vendedor ofrecía sándwiches. Alguien a mi lado me dijo que no los comiera,
porque estaban hechos con carne de perro. Igual me comí uno. Era fantástico. En
algunos pequeños lugares de las montañas uno podía comer con cubiertos de
plata. La gente era muy amigable. Cuando llegué a la frontera entre Bolivia y
Perú había soldados. Me recomendaron no pasar. Dormí en una casa deshabitada,
en un lugar desconocido. Más tarde me avisaron que ya no había soldados, así
que crucé la frontera en medio de la noche. Era una persona bastante arriesgada
entonces.
Viernes 27. A solas con June.
“Fui a la escuela de la Nueva
Bauhaus en Chicago, a los 18 años. Tenía un maestro que venía de Suiza. Y
apenas hablaba inglés. Yo era joven y naïve . Tenía un amigo, muy conocido
luego como artista pop, que tomó muchas ideas de mí. No voy a decir su nombre.
Solíamos salir a caminar y le decía: ´¿Por qué no mirás las vidrieras de los
negocios? Es lo más hermoso que tenemos en Estados Unidos . Eso fue a
principios de los años 50… Una mujer es una fuente eterna. Es una especie de
maquinaria sublime. Le damos esa fuerza a los hombres porque los amamos. En la
actualidad, las mujeres piensan que no necesitan de los hombres. En mi juventud
pensaba que podía ser como los hombres. ´Puedo pintar como lo hace un hombre ,
decía. Yo era del Midwest. Cuando vine a Nueva York ya tenía 30 años. Estaba
buscando otra cosa. Nunca tuve nada que ver con la beat generation . Y Robert
tampoco pertenecía a la beat generation ; ellos eran hombres homosexuales. Tal
vez fueron un poco adolescentes en un sentido. Fue un fenómeno tan
norteamericano. No estaban pensando en el pasado; tampoco en el futuro. Solo
pensaban en el presente, lo que me parece maravilloso.”
Viernes 27. Con Robert Frank en su cuarto, la última vez.
En cuanto entro y lo saludo, me alcanza dos libros y me los
regala. Lines of My Hand , en edición nueva, y Robert Frank, from New York to
Nova Scotia . Está sentado junto a su tablero, mirando una buena cantidad de
copias de contacto de las fotos que hizo con su pequeña cámara de plástico en
su último viaje, hace un par de semanas. “En el lago de Ginebra, un árbol
extraño. Las montañas junto a las que me crié. Cada vez que me detenía en el
camino, una foto aquí, otra allá. Amigos. Algunas veces en color. En Zurich, en
el subte; me gusta hacer fotos en los subtes todavía. En Madrid, cerca de la
Puerta del Sol. Un monumento al barrendero. June posa junto a la estatua.
Carteles en las vidrieras de los negocios. Estaba feliz ahí… Sigo haciendo
fotos de la misma manera, aunque estas no son como las que hacía hace años. Yo
reacciono ante lo que estoy viendo en el momento. No espero mucho más.”
Señala un fotograma en el que se ve a una mujer de mediana
edad. “Ella es la única familia que me queda. Llegó a casa de mis padres como
refugiada cuando tenía seis años. Todos sus parientes habían sido asesinados en
Alemania. Ella es casi como mi hermana. Tengo un hermano mayor, pero no nos
hablamos.”
Robert Frank sigue mirando las copias de contacto
desparramadas sobre el tablero. Le pido que me autografíe uno de los libros que
me regaló. “Tengo que ir al médico ahora. Ya no firmo mis libros. ¿Tu nombre era Daniel?”.
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